ISSN 1666-7948 www.quimicaviva.qb.fcen.uba.ar |
Transgénicos: elementos para entender una polémica
Recibido 2 de noviembre de 2003/ Aceptado 20 de noviembre de 2003
Por Ana María Vara*
Tomate cultivado (izquierda) y variedad silvestre (derecha), tomado de http://www.agbioworld.org |
La polémica
internacional sobre transgénicos ha alcanzado en 2003 niveles inéditos. La
oposición europea, que cristalizó en una legislación sobre etiquetado
sumamente estricta, y la entrada en vigencia del Protocolo de Cartagena en
septiembre pasado -con su escurridiza versión del principio de precaución,
que traerá más de una complicación al comercio internacional- marcan dos
puntos de inflexión de una discusión pública que se resiste a alcanzar un
desenlace.
Más allá de que en los foros internacionales la polémica se
presente muchas veces como una cuestión que debe abordarse sólo en
términos científicos-en términos de riesgo-, lo cierto es que detrás de
ella hay muchos otros aspectos que están cumpliendo un papel importante.
Como explicó en el último seminario que dictó en la New York University
Dorothy Nelkin, una de las más respetadas sociólogas de la ciencia,
fallecida recientemente, las discusiones en torno a transgénicos han
excedido el marco de las consideraciones científicas, para convertirse en
debates sobre la calidad de los alimentos, sobre la autonomía cultural, y
sobre la globalización. En esta línea de trabajo, Nelkin sigue a Chaia
Heller, la autora de Ecology of Everyday Life, quien en un artículo
reciente define estos debates como "la colisión entre marcos
conceptuales que compiten."
Cambios en la relación ciencia-sociedad y conflictos de interés
Para comprender mejor nuestra situación como país productor y
exportador de transgénicos, es importante que tengamos en cuenta estos
aspectos. Sin dudas, la polémica sobre organismos genéticamente
modificados representa uno de los casos más interesantes para reflexionar
sobre cómo ha cambiado la relación ciencia/sociedad en los últimos 20
años. En especial, en los países desarrollados, donde esta discusión
pública ha alcanzado los tonos más exaltados -en uno y otro extremo.
Uno de los aspectos más notables tiene que ver con cuestiones de
financiación de la ciencia; sobre todo, la relación de la ciencia con las
empresas. El hecho de que, a partir de los '80, primero en los Estados Unido
y luego Europa, se haya incrementado fuertemente la inversión privada en
ciencia, como muestran los trabajos de D. Blumenthal y Sheldon Krimsky, dos
expertos en temas de ciencia y sociedad, ha modificado radicalmente las
formas de producción y apropiación del conocimiento. Que un porcentaje
importante de los expertos en biotecnología de los países desarrollados
trabajen con dinero de la industria o sean fundadores o socios de empresas
biotecnológicas -que más temprano que tarde terminarán siendo compradas
por grande compañías- ciertamente cuestiona muchas de las ideas
tradicionales sobre qué es hacer ciencia, qué significa integrar una
comunidad científica. Y parece poner en suspenso la categoría de
"experto independiente."
No hay casi estudios sobre estos conflictos de interés -y cómo
pueden afectar el buen juicio científico- en el ámbito de la
biotecnología. Pero sí ya se han publicado trabajos en revistas médicas,
como el New England Journal of Medicine1 y el Journal
of the American Medical Association2, sobre todo en relación
con evaluaciones sobre la efectividad de los tratamientos. Y son bastante
contundentes. Estos estudios han llevado a las revistas científicas a ir
modificando paulatinamente sus políticas de "disclosure"
con respecto a los autores: cada vez piden más información sobre las
fuentes de financiamiento de su trabajo -no sólo presente.
Estas cuestiones pueden estar detrás, ciertamente, de un aumento de
la desconfianza pública hacia la ciencia en general. En los países
desarrollados. En el nuestro, donde la ciencia la financia casi únicamente
el Estado, la situación es diferente: las encuestas indican que la
comunidad científica tiene un alto grado de credibilidad.
Otro aspecto importante es la nueva legislación norteamericana y
europea que concede amplios derechos de propiedad intelectual sobre los
seres vivos, sus partes y sus productos -en particular, las patentes sobre
genes- que puede afectar el desarrollo de la ciencia y el interés público,
como comenta Nelkin3 . Con el otorgamiento de la primera patente
sobre un ser vivo, en 1980, se abrió ciertamente un nuevo capítulo en
nuestra relación con la naturaleza. Para algunos, es un dilema ético:
estaríamos ante un nuevo avance, intolerable, sobre la naturaleza. Otros
ponen más el acento sobre quiénes son los dueños de las patentes. Lo que
está fuera de toda duda es que la nueva legislación sobre patentes
biotecnológicas representa un intríngulis jurídico que va a llevar años
desanudar. Y esto es sobre todo un desafío para los países en vías en
desarrollo.
En este sentido, considerando la importante inversión en
investigación y desarrollo de las compañías multinacionales, el hecho de
que las patentes de la enorme mayoría de los eventos transgénicos
aprobados y comercializados hasta el presente pertenezcan a media docena de
empresas trasnacionales, representa una realidad que preocupa a muchos. A su
vez, estas empresas crecieron y se hicieron más poderosas en los '90
gracias a un proceso fuerte de adquisiciones y fusiones.
Percepción pública y distribución del riesgo
Por otra parte, en el debate internacional sobre transgénicos
también influyen cuestiones que tienen que ver con la percepción pública
del riesgo. En este sentido, debemos considerar aspectos que tienen que ver
con la transparencia y la "accountability" de los
organismos públicos, que en Europa han sufrido los embates de una serie de
escándalos recientes. Como sugieren algunos autores, en Europa parece
haberse modificado el pacto de confianza de la población con los organismos
regulatorios, a raíz del problema de la vaca loca en Gran Bretaña, o de la
sangre contaminada en Francia, entre otros. Otros encuentran antecedentes
hasta en cómo se manejó la contaminación derivada del accidente de
Chernobyl, en particular en Gran Bretaña.
Otro elemento importante tiene que ver con la distribución del
riesgo que toda nueva tecnología supone: los transgénicos en uso hasta
ahora tienen ventajas que sobre todo benefician a los productores, mientras
el supuesto riesgo de su consumo sería afrontado por los consumidores.
Algunos autores señalan que este problema se superaría en cuento salgan al
mercado transgénicos que presenten ventajas nutricionales-como el llamado
"golden rice", que permitiría paliar en parte carencias
vitamínicas de poblaciones de Asia.
El experto en bioética Gary Comstock señala otra peculiaridad en el
ámbito de la percepción del riesgo, que podría estar cumpliendo un papel
importante en Europa, Japón y hasta los Estados Unidos. Se trata de un
fenómeno que él denomina "tainting effect"-"efecto
contaminante". Se ha demostrado que, en presencia de alimentos
abundantes -como ocurre en los países desarrollados-, las afirmaciones
negativas sobre un alimento tienen más efecto en los consumidores que las
positivas. Esto, sumado al problema de la distribución del riesgo, arroja
otra luz sobre la renuencia de estos consumidores. Son economías de alto
poder adquisitivo e importadoras de alimentos, que pueden pagar sobreprecios
absurdos -como lo están haciendo con los alimentos orgánicos.
A esto se agrega que la tecnología de transgénicos tiene que ver
con la genética, un ámbito de conocimiento al que se atribuyen poderes muy
peculiares, como analizan Nelkin y Lori Andrews en su libro The DNA
Mystique, que ayudan a explicar por qué el riesgo asociado con las
tecnologías de ADN se percibe casi en los mismos términos que el riesgo
asociado con la energía nuclear. Paul Slovic, un experto en percepción de
riesgo, ha realizado investigaciones que muestran que todo lo que tenga que
ver con el ADN se asocia culturalmente con un alto nivel de riesgo,
comparable con las asociaciones que se establecen con la energía nuclear,
otro tema que desata polémica4.
Por otra parte, los transgénicos llegan a la consideración pública
en un momento en que existe una creciente sensibilidad hacia los temas de
medio ambiente, y nuevas formas de activismo, representadas por
organizaciones no gubernamentales como Greenpeace o Friends of the Earth,
entre otras. Algunas líneas dentro de estas corrientes, las llamadas "deep
ecology", son además, fuertemente anti-tecnológicas. Estamos en
presencia de nuevos actores sociales y políticos, cuya influencia es
importante. Estos actores tienen una alta credibilidad también en nuestro
país; aunque no son necesariamente los sectores más radicales.
La emergencia de una oposición a los procesos de globalización, que
en particular en Europa toman la forma de resistencia a la
"americanización" de la cultura, también tiene influencia. En
algunas formas de estas protestas, los alimentos adquieren un valor
simbólico: recordemos las acciones del agricultor francés José Bové,
quien protestó contra la comida rápida lanzando queso roquefort contra
locales de McDonald's6.
La mirada europea
En relación con las protestas de Bové, yo agregaría dos elementos
más, que son puramente europeos. Uno tiene que ver otra vez con los
alimentos: creo que los procesos de estandarización de la producción que
se están llevando a cabo dentro del marco de la Unión Europea han vuelto a
los consumidores -y a los productores- muy sensibles estas cuestiones. Los chocolatiers
franceses, por ejemplo, se quejan de que ahora se podrá hacer chocolate en
Francia agregando otros aceites, más allá de la manteca de cacao. Esto es
para acomodar los estándares franceses a los británicos. Y hay muchos
otros ejemplos asociados con el valor simbólico de los alimentos, que tanto
han contribuido a delinear las identidades nacionales en Europa.
El segundo tiene que ver con la noción de naturaleza en Europa, un
continente que no tiene casi áreas protegidas, áreas prístinas, salvajes.
La naturaleza, para un francés, un británico, un alemán, un italiano, es
la campiña: la granja, el viñedo, la villa. Esos sentimientos espirituales
que se suelen asociar a la naturaleza, en este contexto quedan asociados a
las explotaciones agrícolas. Entonces, cobra más importancia simbólica lo
que suceda en la granja.
Finalmente, también hay que tener en cuenta los intereses
comerciales. Está claro que Europa, que subsidia fuertemente a sus
productores, no necesita aumentar su producción de commodities, ni
está especialmente preocupada por bajar los costos de producción de
alimentos. Y los primeros transgénicos aprobados son commodities. La
oposición de sus consumidores a los transgénicos le resultó muy funcional
a la Comunidad Europea para cerrar en parte sus fronteras a estos productos,
y relanzar su política de productos de calidad -"quality food"-
con denominación de origen. Que también les ha servido para embarrar la
discusión sobre los subsidios agrícolas7. Algunos autores
hablan ahora de una nueva noción, la de geoeconomía, reemplazando la
clásica de la Guerra Fría, geopolítica. Algunos de los sectores que
apoyan los transgénicos en Europa, no casualmente, son los que pueden ganar
con ellos, como la industria biotecnológica.
Revisar un poco qué hay detrás de la polémica sobre transgénicos nos
puede dar pistas para comprenderla. Además de representar una ocasión para
reflexionar sobre las diversas dimensiones que están involucradas en la
producción, distribución y uso del conocimiento científico. Y cómo
están cambiando.
* Periodista científica e investigadora en temas de ciencia y
sociedad del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia "Jose
Babini", de la Universidad Nacional de General San Martín y egresada
del Master of Arts in Media Ecology-Studies in Communication, New York
University.
Referencias
1.Stelfox H. T., Chua G., O'Rourke K., Detsky A. S. "Conflict of interest in the debate over calcium-channel antagonists," New England Journal of Medicine; 338:101-106, January 8, 1998.
2. Justin E. Bekelman, Yan Li, and Cary P. Gross, "Scope and impact of financial conflicts of interest in biomedical research: a systematic review," JAMA 2003 289: 454-465.
3. Nelkin, Dorothy, "Patenting genes and the public interest," AJOB, Summer 2002, Vol. 2, number 3, pp. 13-5.
4. Paul Slovic, "Perception of risk," Science, Vol. 236, April 17, 1987, pp. 280-5.
5. Paul Wapner, Environmenal Activism and World Civic Politics (Albany: State University of New York, 1996).
6. Chaia Heller, "From scientific risk to paysan savoir faire: peasant expertise in the French and global debate over GM crops," Science as Culture, Vol. 11, Number 1, 2002, pp. 5-37.
7. "The Doha squabble," The Economist, March 29, 2003, pp. 63-4.
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