Medicamentos para el estilo de vida (y para el debate)
Dra. Claudia Pérez Leiros*
Departamento de
Química Biológica. Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Universidad de
Buenos Aires. Ciudad Universitaria, Pabellón 2, piso 4, C1428EGA, Capital
Federal, Argentina.
cpleiros@qb.fcen.uba.ar
Recibido: 21/8/05
Aceptado: 30/8/05
El límite entre salud y bienestar, entre necesidades y
deseos, entre pacientes y consumidores, parece ser la clave para comprender la
diferencia entre un medicamento a secas y un “medicamento para el estilo de
vida”.
La
expresión “estilo de vida” suele asociarse con
categorías tan variadas como: hábitos y relaciones sociales,
preferencias estéticas y culturales, ocupaciones y profesiones, formas de
esparcimiento, entre otras. En general, los estilos de vida también se pueden
relacionar con costumbres y tendencias en el consumo. Incluso, en los últimos
años se ha establecido un vínculo entre estilos de vida –en un sentido más
amplio habría que hablar de condiciones de vida- y la propensión a padecer
ciertas enfermedades. Sin embargo, esta expresión nunca había estado ligada
directamente a la farmacología hasta la década del ’90 cuando empezaron a aparecer publicaciones académicas
y no académicas sobre el uso creciente de algunos fármacos -conocidos en inglés
como Lifestyle drugs- que se emplean para satisfacer o atender
requerimientos del estilo de vida.
Baste
con ir a la peluquería, participar en
una cena entre amigos o -vianda en mano- escuchar las charlas en los comedores
de las oficinas y otros lugares de trabajo, para identificar a un buen número
de estas drogas y sus nuevas indicaciones. Sin embargo, no parece tan sencillo
llegar a un acuerdo para usar la palabra “medicamentos” si no se menciona la palabra “enfermedad”. Por otro
lado, cuando se trata de drogas
asociadas al estilo de vida, parecen más adecuadas las expresiones
“usar” o “consumir” tal producto, como si fuera un alimento o un cosmético, que
“tomar tal medicamento”, que suele relacionarse con una prescripción médica. Y
siguiendo con este cruce del lenguaje coloquial y el farmacológico,
probablemente nos encontremos con otra distorsión entre dos categorías de
individuos aparentemente diferentes a la hora de ingresar una píldora en su
boca: los pacientes y los consumidores.
Una
de las definiciones más precisas y convocantes de los
llamados “medicamentos para el estilo de vida” fue propuesta por David Gilbert, alto funcionario del Office for Public Management de Londres; Tom Walley, profesor de farmacología clínica en
A
modo de “lifestyle
vademécum”
Entre
los ejemplos más citados de drogas asociadas al estilo de vida están el sildenafil, nombre genérico del medicamento aprobado en
1998 para tratar la disfunción eréctil en el hombre, conocido comercialmente
como VIAGRAÒ ; el minoxidil, originalmente indicado como antihipertensivo que
se usa para el tratamiento de la calvicie, y el orlistat,
para el tratamiento de la obesidad.
El
caso del VIAGRAÒ es emblemático
porque es uno de los medicamentos más recientes en esta lista y fue uno de los que
más rápidamente se aprobó en los distintos países, una vez cumplidas las etapas
del ensayo clínico en los Estados Unidos y autorizado por
El
VIAGRAÒ constituye uno de los
“golazos” terapéuticos de los últimos años por ser una droga dirigida a un
blanco farmacológico nuevo. En efecto, la isoforma V
de la enzima fosfodiesterasa de GMPc
localizada principalmente en el músculo liso y endotelio de algunos tejidos, es
el blanco molecular del sildenafil y no se conocía
como posible sitio de acción de drogas. La inhibición de esta enzima por el sildenafil impide la degradación del GMPc
y así mantiene la erección. Basados en el mecanismo de acción y en sus
indicaciones terapéuticas, se puede deducir que los usos del VIAGRAÒ en hombres sanos o en mujeres, tienen más relación
con una búsqueda de satisfacción que con la necesidad de un medicamento.
El minoxidil es otro caso interesante por la amplificación y diversificación
en las ventas que ha conseguido al pasar de ser un medicamento para controlar
la presión arterial a un producto que evita la caída del cabello con un perfil
de consumo como cosmético. El sulfato de minoxidil
activa los canales de potasio regulados por el ATP que, al abrirse, conducen a
una hiperpolarización de las células del músculo liso
vascular con vasodilatación y reducción de la presión
arterial. La hipertricosis, aumento del crecimiento
del cabello, por tratamiento prolongado con minoxidil
fue descripta inicialmente como un efecto adverso causado por el mismo
mecanismo de acción y luego dio lugar a la producción de formas farmacéuticas
como lociones de uso tópico.
Si
aceptamos que muchas sustancias o drogas que causan efectos en el organismo no
cumplen estrictamente la definición de “medicamento”, es decir, no tienen
implícito un beneficio terapéutico, la cantidad y variedad de drogas asociadas
al estilo de vida se hace mucho más amplia y los tres ejemplos mencionados
antes son sólo el encabezamiento de una larga lista en continuo crecimiento
(cuadro 1, modificado de ref. 3).
Como
se puede ver en el cuadro, algunas características comunes permiten separar las
drogas para el estilo de vida en distintas categorías, por ejemplo, aquellas que
fueron aprobadas para un uso que luego se ha extendido para satisfacer deseos
relacionados con hábitos sociales (primer grupo) o las que -una vez aprobadas
para una indicación terapéutica- mostraron una aplicación distinta con fines
estéticos o de rendimiento físico (segundo grupo). Asimismo, se puede
diferenciar a las drogas que cumplen con la definición de “droga para el estilo
de vida” pero tienen poca (el alcohol,
la cafeína o la marihuana) o ninguna (MDMA o éxtasis, cocaína) utilidad
clínica. Finalmente, una marcha sin prisa pero sin pausa desde tiempos remotos
y con mucha prensa en la actualidad es la que han protagonizado los productos
naturales reconocidos por efectos tan diversos y abarcadores como el de
suplemento nutricional, efecto antioxidante, digestivo, hipnótico, etc., la
mayoría comercializados bajo el manto confortable de una supuesta inocuidad
(quinto grupo).
Cuadro
1: Medicamentos para el estilo de vida
Características generales |
Ejemplos |
Indicación original para la cual fue aprobada |
Otros usos como drogas asociadas a un estilo de vida |
Aprobadas para un uso que luego se extendió para satisfacer otros deseos
o necesidades asociadas al estilo de vida |
Orlistat Sibutramina Anticonceptivos orales Sildenafil Metadona Bupropion |
Tratamiento de obesidad Anorexígeno Prevención de embarazo Disfunción eréctil Tratamiento de adictos a opioides Tratamiento de adictos a
nicotina |
Pérdida de peso Pérdida de peso Prevención de embarazo Disfunción sexual, otros Sustituto de morfina Dejar de fumar |
Aprobadas para una indicación y usadas luego con fines estéticos o de
rendimiento |
Minoxidil Eritropoyetina |
Hipertensión Anemias crónicas |
Crecimiento del cabello Mayor rendimiento físico |
Cumplen con la definición de droga social pero tienen poca utilidad clínica |
alcohol cafeína marihuana |
Ninguna Tratamiento migraña ¿Dolor crónico? |
Bebidas Bebidas Recreativo |
Drogas ilícitas usadas como drogas sociales sin ninguna utilidad clínica |
MDMA o éxtasis Cocaína |
Ninguna Ninguna |
Recreativo Recreativo |
Productos naturales reconocidos por efectos tan diversos como
abarcadores |
Vit A (cremas) Vit C Aceites pescado Hierbas |
¿Previene el envejecimiento
de la piel? ¿Suplemento nutricional? ¿Suplemento nutricional? Ninguna |
Antioxidantes y usos diversos,
para muchas condiciones |
Enfermedad o no-enfermedad, ¿dónde está el límite?
Cómo
establecer el límite entre salud y bienestar, entre necesidades y deseos, entre
pacientes y consumidores, parece ser la clave para comprender la diferencia
entre un medicamento a secas y un medicamento para el estilo de vida. Y esta
cuestión no es menor si se analiza el tema desde una perspectiva sanitaria, ya
que muchas de las drogas para el estilo de vida son prescriptas y gozan de los
descuentos y prerrogativas garantizados por los sistemas de salud y asistencia
social de los distintos países. Además, por lo general la población que las usa
es mucho mayor que la prevista al momento de ser aprobada y por períodos más
largos. Sin duda, si se enfoca el uso desmedido de drogas asociadas al estilo
de vida con la lógica de caja, esta nueva práctica ocasiona un gasto extra para los servicios de
salud públicos y privados. Pero también genera una distorsión, o al menos
bastante ruido, en una cuestión cultural como es el requisito de racionalidad y
conocimiento necesario para fundamentar toda prescripción de un medicamento.
Por
otro lado, esta nueva categoría de drogas pone en tela de juicio la definición
de “salud” y “enfermedad” y supone así la posibilidad de “definir las
no-enfermedades”. Con este fin, Richard Smith, como editor del British Medical Journal, una prestigiosa revista
de investigación clínica, convocó en
Ciertamente,
definir el estado de enfermedad no es tarea fácil y se encuentran en los
diccionarios frases como “estado insalubre del cuerpo o la mente, desorden,
dolencia con signos o síntomas distintivos”. Ninguna definición parece
satisfactoria, especialmente debido a que es aun más difícil definir “salud”
que “enfermedad”. Al respecto, Smith cita con un
imperdible humor inglés el comentario de un colega cirujano y ensayista, a
propósito del concepto de salud definido por
Otro ladrillo en la pared
Un
tema que agrega más materia para el debate, preocupa a las autoridades
sanitarias y, en general a padres y docentes, es la extensión y rápida difusión
de las drogas para el estilo de vida entre los adolescentes. Con una frecuencia
cada vez mayor se detecta el uso y abuso de medicamentos con prescripción y
otros de venta libre entre los adolescentes con fines recreativos o para
enfrentar situaciones que requieren alto rendimiento físico o intelectual. Así,
al abuso de drogas ilícitas se suma ahora el abuso de medicamentos de fácil
acceso que se emplean con fines distintos a la indicación médica original. Un
estudio realizado entre más de 7300 adolescentes en los Estados Unidos en 2004
indica que aproximadamente el 18 por ciento usa la droga hidrocodona
(Vicodin®) con fines recreativos y el 10 por ciento, OxyContin®, ambas son analgésicos de la familia de los opiodes. Por otro lado, el 10 por ciento ha tomado metilfenidato (Ritalina®) sin
prescripción médica y un porcentaje similar de
medicamentos para la tos de venta libre que contienen dextrometorfano, miembro de la familia de los opioides. Estas prácticas han invadido la cultura
adolescente al punto de que alrededor del 30 por ciento de los adolescentes
dice tener amigos que consumen medicamentos de este tipo con fines estimulantes
y casi iguala en frecuencia al consumo de drogas ilícitas como marihuana y
cocaína, entre otras.
Respecto
de la familiaridad de los adolescentes con algunos de estos medicamentos, vale
comentar que
Por
último, el informe revela que los adolescentes conocen en detalle los efectos
de las distintas drogas, sus nombres comerciales y la variada lista de nombres
coloquiales (slang)
que identifica a cada una de ellas.
El
tema de las drogas para el estilo de vida usadas con fines recreativos genera
mucha controversia y no faltan comentarios que critican el tono puritano de la
regulación de estas drogas y agregan que la “quimicalización
de la felicidad” se puede lograr como un evento controlado en el organismo y
esto no es necesariamente malo (3). A propósito de estas consideraciones, Rod Flower, profesor de
farmacología del William Harvey Research Institute de Londres, señala que la moral es una
construcción cultural que varía con el tiempo y los lugares, pero que no es
este el caso de la farmacología de los medicamentos. Las ciencias duras
-continúa Flower- nos indican que habrá un alto costo
social a pagar si se libera completamente el acceso a las drogas recreativas,
pero que hay instancias en que la legalización sería una opción razonable y
probablemente con menos daño para la sociedad que el causado por las drogas
“aceptadas socialmente”.
Consideraciones finales
Las
derivaciones sociales y culturales que se originan en esta nueva práctica de
consumir drogas o medicamentos para satisfacer un estilo de vida se pueden ver a
diario en las poblaciones urbanas: farmacias que parecen supermercados,
comprimidos y cremas que contienen principios farmacológicos activos se
anuncian como un objeto más de consumo masivo, las prescripciones ceden lugar a
los consejos publicitarios y la aparición de un nuevo nicho, los “pacientes
sanos”.
Por
otro lado, en los países desarrollados, la población mayor de 40 años tiene una
nueva percepción de la salud, como una mejora en el bienestar general. Estas
personas, que en muchos casos pagan un seguro de salud, se consideran
involucradas en la toma de decisiones sobre coseguros
para adquirir medicamentos y esto incide en el mercado farmacéutico. Este
cambio cultural tiene consecuencias inmediatas en las estrategias de
comercialización y de investigación y desarrollo en los laboratorios
productores de medicamentos que ven en las llamadas “drogas para el estilo de
vida” -consideradas como nuevo grupo- una forma de compensación económica muy
accesible y favorable.
Por
el momento, ante esta perspectiva y sobre la base del valor de la prescripción
médica y el uso racional de medicamentos, parece más pertinente hablar de la
aparición de un nuevo hábito social, como es incluir ciertos medicamentos entre
los objetos de consumo para atender a un estilo de vida, que clasificar a las
drogas utilizadas por estas prácticas dentro de una nueva categoría.
Nota
agregada en la prueba de edición: En
el último número de la revista de investigación clínica New England Journal of Medicine del 8 de septiembre (*), el Dr. Avorn -Profesor de Medicina en Harvard Medical School y Jefe de
(*) Avorn J. FDA Standards — Good Enough for Government
Work? New Engl J Med.
353: 969-972, 2005)
Referencias
1.
Gilbert D, Walley T, New B.
2000. Lifestyle medicines. Br Med J 321:1341-1344.
2.
International Conference
on Harmonisation (ICH) en el sitio de
3.
Flower R. 2004. Lifestyle
drugs: pharmacology and the social agenda. Trends Pharmacol Sci. 25: 182-185.
4.
Smith R
5.
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Revista QuímicaViva Número 2, año 4, septiembre 2005 quimicaviva@qb.fcen.uba.ar |